Bienvenid@s a My own Arcadia

Me pareció una buena idea asociar el mito de la Arcadia a este blog dedicado a la enfermedad de Parkinson para reivindicar el optimismo necesario para que podamos seguir disfrutando al máximo de nuestra propia vida dentro de las posibilidades de cada un@ y en cada momento.

Nuestra propia Arcadia (My onw Arcadia) la tenemos que construir dentro y alrededor de nosotros mismos con aquellos que amamos y que nos aman.

martes, 14 de septiembre de 2010

¡Que le corten la cabeza!

Probablemente muchos de nosotros llegaron a leer esta novela corta o cuento largo siendo niños, y probablemente fueron muchos los que no sintieron la misma fascinación de otros cuentos infantiles.
A todos ellos (y a los que no lo han leído todavía), ahora en su etapa adulta, sugiero una nueva lectura.
No les dejara indiferentes y puede que lo vuelvan a leer de nuevo dentro de un tiempo....


En el ultimo capitulo de la historia Alicia acusada de haber robado las tartas de la Reina de Corazones declara ante el jurado.


Llama al siguiente testigo. Y añadió el Rey a media voz dirigiéndose a la Reina : Realmente, cariño, debieras interrogar tú al próximo testigo. ¡Estas cosas me dan dolor de cabeza!


Alicia observó al Conejo Blanco, que examinaba la lista, y se preguntó con curiosidad quién sería el próximo testigo. «Porque hasta ahora poco ha sido lo que han sacado en limpio», se dijo para sí. 

Imaginad su sorpresa cuando el Conejo Blanco, elevando al máximo volumen su vocecilla, leyó el nombre de:
¡Alicia!
—¿Qué sabes sobre este asunto? —preguntó el rey a Alicia.
—Nada.
—¿Absolutamente nada?
—Absolutamente nada —persistió Alicia.
—Eso es muy importante —dijo el rey, volviéndose hacia el jurado.
Empezaban a anotar esto en sus pizarras, cuando el conejo blanco les interrumpió:
—Sin "importancia" es lo que Su Majestad ha querido decir, naturalmente —dijo con tono muy respetuoso, pero frunciendo el ceño y haciendo muecas al soberano mientras hablaba.
—Sin "importancia", por cierto, fue lo que quise decir —declaró apresuradamente el rey, repitiendo para sí, con tono más bajo: "Importante, sin importancia, sin importancia, sin importancia", como si tratara de ver cuál de las dos expresiones sonaba mejor.
Algunos de los miembros del jurado anotaron "sin importancia", y otros "importante". Alicia podía ver esto porque estaba lo suficientemente cerca de ellos como para leer en sus pizarras.
"Sin embargo, 'no importa' absolutamente nada", pensó.
En ese momento el rey, que había estado durante un rato muy ocupado escribiendo en su libreta gritó:
—¡Silencio! —y leyó de su libro—: "Reglamento cuarenta y dos: Todas las personas que midan más de una milla de alto tendrán que abandonar la sala".
Todo el mundo miró a Alicia.
—Yo no tengo una milla de alto —declaró la muchacha.
—Sí tienes —contestó el rey.
—Casi dos millas de alto —agregó la reina.
—Bueno, pero no me iré de ninguna manera —declaró Alicia—. Por lo demás, ése no es un reglamento serio. Lo acaba de inventar usted en este instante.
—Es el reglamento más viejo del libro —contestó el rey.
—Entonces debiera tener número uno —observó la muchacha.
El rey se puso pálido y cerró apresuradamente su libreta.
—Considerad vuestro veredicto —dijo, dirigiéndose al jurado con voz temblorosa.
—Hay mayores evidencias que presentar, si Su Majestad se digna —gritó el conejo blanco, levantándose con mucha prisa—. Se acaba de recoger este papel.
—¿Qué es lo que dice? —preguntó la reina.
—No lo he leído todavía —repuso el conejo blanco—, pero parece ser una carta escrita por el prisionero a... a alguien...
—Tiene que haber sido así —corroboró el rey—, a menos que no haya sido dirigida a nadie, cosa que sería bastante extraña, por lo demás.
—¿A quién está dirigida? —preguntó uno de los miembros del jurado.
—No está dirigida a nadie —respondió el conejo—. En realidad, no hay nada escrito afuera.
Mientras hablaba, sacó el papel de su sobre, y agregó:
—No es ninguna carta. Se trata de unos versos.
—¿Y están escritos con la letra del prisionero? —preguntó otro de los jurados.
—No —repuso el conejo blanco—. ¡Eso es lo que me parece más raro!
(Todo el jurado parecía muy confundido.)
—Debe haber imitado la letra de alguna otra persona —declaró el rey.
(El jurado pareció iluminarse de nuevo.)
—Ruego a Vuestra Majestad —dijo la Sota— que me oiga. No he escrito eso y no pueden probar que lo haya hecho. No tiene ninguna firma.
—Si no la firmaste —dijo el rey—, sólo lograrás que empeore tu causa. Supongo que pretendes significar que cometiste un error, porque de otro modo habrías puesto tu firma como todo hombre honrado.
Hubo un aplauso general ante estas palabras. Era la primera cosa realmente inteligente que había dicho el rey ese día.
—¡Eso prueba que es culpable! —gritó la reina.
—No prueba absolutamente nada —contestó Alicia—. ¡Ni siquiera saben ustedes lo que hay escrito!
—Léelas —ordenó el rey.
El conejo blanco se puso los anteojos.
—¿Por dónde empiezo, Majestad?
—Empieza por el principio —contestó gravemente el rey—. Y sigue hasta que llegues al final. Entonces te detienes.
Estos fueron los versos que leyó el conejo blanco:

—Me dijeron que fuiste con ella
y que me mencionó al hablar.
Y aunque mi humor no le hace mella
contó que yo no sé nadar.

Él relató que yo no fui
(todos sabemos que es verdad).
Di, ¿qué sería, pues, de ti
Si se averigua la realidad?

Le di uno a ella y a él di dos,
y tú no das más que tres.
Mas eran míos todos los
que te devuelven, como ves.

Si ella o yo nos vemos un día
entre montones de procesos,
juro que les defendería
para que no les tomaran presos.

Hoy día opino que tú fuiste
(antes de que se desmayara)
el obstáculo que apareciste
entre ellos, yo y la verdad clara.

No se entere que quiso más
a los otros. Quede esto aquí,
sin que lo sepan los demás,
para ti y sólo para mí.

—Ésta es la prueba más importante que tenemos —dijo el rey, frotándose las manos—. Dejemos, pues, que el jurado proceda...
—Si alguno de ellos es capaz de explicarlo —dijo Alicia (que había crecido tanto en los últimos minutos, que no se sentía en absoluto atemorizada de interrumpirles)—, le regalaré cinco pesos. No considero que se le encuentre sentido alguno a este asunto.
El jurado anotó en sus pizarras: "Ella no encuentra sentido alguno en el asunto", pero ninguno se atrevió a explicar lo que decía el papel.
—Si no tiene ningún sentido —dijo el rey—, quiere decir que se ahorra una cantidad de molestias, porque ya no tenemos que darnos trabajo de encontrar el significado. Sin embargo, no sé —continuó diciendo, mientras que extendía sobre su rodilla el papel donde estaban los versos y los miraba con un ojo—... Creo encontrar algún sentido en ellos, después de todo: "dijo que no sé nadar", ¿es verdad que no sabes nadar? —preguntó, dirigiéndose a la Sota.
El prisionero movió tristemente la cabeza y repuso:
—¿Tengo aspecto de nadador?
(Por cierto que no lo tenía, puesto que era entero de cartón.)
—Está bien hasta aquí —dijo el rey, y continuó mascullando los versos entre dientes—: "Todos sabemos que es verdad"... Ese es jurado, naturalmente... "Le di uno a ella y a él di dos". ¡Caray, eso debe ser lo que hizo con las tortas!
—Pero continuó diciendo: "Mas eran míos todos los que devuelven, como ves" —dijo Alicia.
—¡Naturalmente, porque todas están allí —declaró el rey, triunfante, señalando las tortas que habían en la mesa—. No hay nada más claro que eso. Luego dice: "antes de que se desmayara", y tú nunca te desmayas, ¿no es cierto, querida mía? —preguntó a la reina.
—¡Nunca! —gritó la reina furiosa, lanzando un tintero a la lagartija, con esa palabra.
(El infortunado Guillermito había dejado de escribir con el dedo, al descubrir que no marcaba nada; pero ahora empezó a hacerlo apresuradamente de nuevo, aprovechando la tinta que le corría por la cara.)
—Quiere decir entonces que esas palabras no están de acuerdo contigo —dijo el rey, dirigiéndose primero a la reina y luego mirando sonriente a toda la sala.
Se produjo un silencio mortal.
—Se trata de una broma —agregó el rey.
Todo el mundo rió.
—Dejemos que el jurado dicte la sentencia —agregó el rey por vigésima vez en el día.
—¡No, no! —gritó la reina—. ¡Primero la sentencia y después el veredicto!
—¡Necedades y tonterías! —declaró Alicia en voz alta—. ¡Qué idea esa de pedir la sentencia antes que el fallo!
—¡Sujeta tu lengua! —gritó la reina, poniéndose roja.
—¡No pienso! —contestó Alicia.
—¡Que le corten la cabeza! —gritó la reina a toda fuerza.
Pero nadie se movió.
—¿Quién le va a hacer caso a usted? —dijo Alicia (que ya había alcanzado su estatura normal)—. ¡No son nada más que un juego de naipes!
Con estas palabras, todas las cartas se levantaron en el aire y cayeron volando sobre ella. Alicia dio un pequeño grito, mitad de miedo y mitad de enojo, y, al tratar de echarlas a un lado, se encontró tendida en un banco con la cabeza apoyada en la falda de su hermana, quien le quitaba suavemente algunas hojas secas que le habían caído de los árboles sobre la cara.
—¡Despiértate, Alicia querida! —dijo su hermana—. ¡Has estado durmiendo mucho rato!
—¡Qué sueño tan curioso he tenido! —exclamó Alicia, y contó a su hermana, lo mejor que pudo recordar, todas sus extrañas aventuras, que eran las mismas que ustedes han estado leyendo. Cuando terminó, su hermana la besó y repuso:
—Ha sido, indudablemente, un sueño muy curioso, hermanita. Pero ahora corre a tomar tu té. Se está haciendo tarde.
Alicia se levantó y corrió, pensando en el maravilloso sueño que había tenido.

2 comentarios:

historiahispania dijo...

Me gustó + el cuento breve de Tito Monterroso ;

"Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí"

Miguel V.

my own arcadia dijo...

Un maestro de la síntesis y de la "provocación" intelectual.
Superado en brevedad solo por el autor mexicano Luis Felipe Lomelí, con "El emigrante": « ¿Olvida usted algo? -¡Ojalá! »

Añadiría a la selección de Tito Monterroso unas perlas:
- El Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio
- La Tortuga y Aquiles
- La oveja negra

¿Seguro que la fecha de nacimiento del bueno de Augusto es otra casualidad?

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